lunes, 3 de enero de 2011

VISIÓN DE CRISTO GLORIFICADO

VISIÓN DE CRISTO GLORIFICADO


“12Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, 13y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. 14Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; 15y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. 16Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza”. Apo. 1:12-16.

La voz y la visión
Vamos en la presencia del Señor a continuar estudiando Su palabra, el libro del Apocalipsis. Estamos en el capítulo 1 y hoy con la ayuda del Señor comenzaremos a ver en este capítulo la visión del Cristo glorificado que recibió el apóstol Juan en la isla de Patmos; aquí se nos presenta, y a partir de aquí empieza toda la revelación. Desde el versículo 12 que ya la vez pasada vimos, vamos a empatar desde allí donde dice: “12Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo, y vuelto, vi siete candeleros de oro, 13y en medio de los candeleros...”

La palabra “siete” fue acrecentada en los manuscritos posteriores; los más antiguos dicen simplemente: “y en medio de los candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un ciento de oro. 14Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus  ojos como llama de fuego; 15y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. 16Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza. 17Cuando le vi, caí como muerto a sus pies.

 Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último, 18y el que vive y estuve muerto; más he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades. 19Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de éstas. 20El misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, y de los siete candeleros de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros que has visto, son las siete iglesias”. Aquí en esta visión, en esta aparición, en esta revelación de Cristo glorificado, el apóstol  Juan vio todo esto que acabamos de leer, pero que necesitamos considerarlo poco a poco; fíjense en que Apocalipsis es la culminación de toda la Biblia. Dios es el tema de la Biblia. El tema de Dios es Su Hijo; y aquí en esta visión tenemos nada menos que la visión gloriosa del Cristo glorificado; o sea que en esta visión en Patmos están sintetizadas muchas cosas de la identidad del Señor Jesús, y cada uno de los detalles nos revela algo del misterio de Cristo; y digo el misterio de Cristo porque ustedes lo ven aquí en medio de los siete candeleros de oro. Tenemos la cabeza y el cuerpo: el Hijo del Hombre, la cabeza en medio de los candeleros, el cuerpo de Cristo, las iglesias que son Su cuerpo en toda la tierra.


Crítica textual
Entonces, hermanos, vamos a ir considerando uno por uno los detalles de esta visión. En primer lugar, hago mención del comentario textual para que los hermanos estén atentos, conforme a todos los versos que aparecen en los manuscritos más antiguos; las diferencias venían en el versículo 11, donde lo que decía la voz era: “escribe en un libro lo que ves y envíalo a las siete iglesias”; aquí “que están en Asia,” fue acrecentado por un escriba posterior para identificar que eran las mismas “que están en Asia” que aparecen en el verso 4; o sea que en el verso 4, la expresión “que están en Asia” es corroborado por los manuscritos; pero en el verso 11 fue acrecentado por un escriba posterior en manuscritos posteriores; no aparece en los manuscritos más antiguos; sólo que se refiere a las mismas. Dice: “y envíalo a las siete iglesias: Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea”. Me llama la atención que cuando se refiere a las iglesias históricas, claro que dice: las siete iglesias que están en Asía; pero como estas iglesias que están en Asia representan al cuerpo de Cristo en el sentido universal, por eso en el verso 11, no es necesario acrecentar que están en Asia, porque aquí ya está hablando en profecía.

La otra porción es en el verso 13 donde dice: “12Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, 13y en medio de los [siete] candeleros,” la palabra siete fue acrecentada por un escriba posterior, en los manuscritos tardíos; en los anteriores no está; pero obvio que se refiere a los siete, pero cuando dice aquí: los candeleros, es mucho más amplio; son todas las iglesias, porque aquellos primeros candeleros representan a todos los candeleros. Sí, la iglesia en Efeso es un candelero; todas las iglesias, cada una en su localidad, son también candeleros; entonces por eso allí en el verso 13 lo correcto es: “y en medio de los candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre,” etc. Ya el resto de los pasajes son perfectamente claros en la mayoría de manuscritos; solamente algo acontece en la palabra “refulgente” del versículo 15; algunas variantes, porque hay tres maneras en que aparece en los manuscritos, puesto que el apóstol Juan escribió “refulgente” en singular y en femenino en el griego, entonces algunos escribas, para corregir “refulgente” relativo al bronce, lo escribieron en masculino; y otro relativo “a los pies” lo pusieron en plural; pero él lo dijo en femenino y en singular referido a la caminada de los pies. Esto en el griego.


Vestiduras reales y sacerdotales
Ahora sí, después de estos datos de crítica textual, vamos a la exégesis de los versos. La vez pasada vimos el 12, cuando él se volteó para ver al Señor, la Voz, porque el que le hablaba era el Señor; el Señor le hizo que viera primero los candeleros de oro, porque el Señor se encuentra en medio de la iglesia y aquí el Señor se está revelando en Su gloria, y el misterio completo de Cristo incluye el Cuerpo de Cristo. Como esta es la visión final del Cristo glorificado, no puede aparecer la cabeza sin el cuerpo; entonces aparece el Hijo del Hombre en medio de los candeleros. Lleguemos ahora al 13: “y en medio de los candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro”. En estos detalles que nos muestran cómo aparece vestido el Señor Jesús en medio de los candeleros, aparece con las vestiduras sacerdotales. En el Antiguo Testamento, ustedes recordarán, en los capítulos 27, 28 y 29 del libro de Éxodo, allí aparece la descripción de las vestiduras sacerdotales, de la consagración sacerdotal; y ustedes recordarán primero que había unas vestiduras y esas vestiduras son vestiduras largas; son túnicas; eran vestiduras reales y sacerdotales; aquí aparece que las vestiduras le llegaban hasta los pies. Por eso si ustedes me acompañan a Isaías, capítulo 6, dejando marcado allí en Apocalipsis a donde volveremos, en Isaías 6 se nos dice lo siguiente respecto de la visión gloriosa del Señor Jesús que tuvo el profeta Isaías: “1En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo”. Sus faldas llenaban en templo; por eso allí aparece Él con vestiduras reales y también con vestiduras sacerdotales. Si usted sigue leyendo el capítulo 6, está allí hablando de Jehová, pero la aparición de Jehová, Jehová es visible y reconocido en el Hijo; por eso es que San Juan en el capítulo 12 de su evangelio, cuando se refiere a la visión de Isaías, él dice que esa visión se refería a la gloria de Cristo; por eso pueden leer conmigo en el capítulo 12 del evangelio de San Juan desde el versículo 37: “37Pero a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él; 38para que se cumpliese la palabra del profeta Isaías, que dijo: Señor, quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y a quién se ha revelado el brazo del Señor? 39Por esto no podían creer, porque también dijo Isaías: (esto que va a decir aquí, “dijo Isaías,” es aquel capítulo 6 que estamos leyendo) 40Cegó los ojos de ellos, y endureció su corazón; para que no vean con los ojos, y entiendan con el corazón, y se convierta, y yo los sane. 41Isaías dijo esto cuando vio Su gloria”; o sea, viene hablando del Señor Jesús; éste “vio su gloria”, se refiere a que Isaías vio la gloria del Señor Jesús; o sea, el Señor Jesús en su trono; dice: “sus faldas llenaban el templo”; esa vestidura es signo de realeza y signo de sacerdocio. En el Antiguo Testamento la realeza y el sacerdocio estaban distribuidos entre las tribus de Judá y de Leví: la realeza en la tribu de Judá, y en la tribu de Leví el sacerdocio, porque hubo una caída de Rubén; Rubén era el primogénito. El primogénito era el que heredaba el sacerdocio; el primogénito heredaba el reino; el primogénito heredaba la doble porción; pero como pecó profanando el lecho de su padre, a Rubén le fue quitada la primogenitura; y el reino le fue dado a Judá, el sacerdocio le fue dado a Leví y la doble porción le fue dada a José. Pero en el caso del Señor Jesús, el reino y el sacerdocio están en el orden de Melquisedec, que era sacerdote del Dios altísimo y rey de justicia, y rey de paz. ¿Amén? Por eso aparece con estas vestiduras que representan tanto su reinado, como su sacerdocio.

Pero hay un detalle más en estas vestiduras que el Espíritu Santo quiso resaltar y es la que aparece aquí en el verso 13 de Apocalipsis: “Ceñido por el pecho con un cinto de oro”. No dice: ceñido por la cintura, sino ceñido por el pecho, porque esa era justamente la vestidura sacerdotal; en el pecho era donde se ponía el cinto. El cinto de los sacerdotes se bordaba en oro, que era la figura, pero en el Señor Jesús no es sólo bordado en oro, sino que es de oro mismo; está por el pecho. ¿Por qué por el pecho? Porque el cinto tenía esta función: el cinto era el que mantenía el efod, que eran las hombreras de donde se colgaba el pectoral, de donde se colgaba también la capa; entonces el efod, las hombreras, tenían unas argollas hacia adelante y unas argollas hacia atrás y el cinto pasaba por esas argollas para mantener el efod en su lugar, para que no se cayeran las hombreras, no se desviaran; el cinto tenía la función de mantener las hombreras; o sea, el efod del pectoral, el efod del manto, para que no se movieran esas hombreras; eran aseguradas por el cinto.

Eso es muy interesante y muy significativo, porque ustedes saben que sobre el efod o sobre las hombreras, había dos piedras de ónice con los nombres de las doce tribus de Israel: seis en un lado, seis en otro lado; o sea que el Señor carga sobre Sus hombros a Su pueblo; y también colgado de las mismas argollas del efod estaba el pectoral con las doce piedras también de las doce tribus de Israel, diciendo que el Señor carga también a Su pueblo sobre Su pecho, sobre Su corazón; por eso Él aparece como Sumo Sacerdote, o sea, el que intercede por Su pueblo, el que se responsabiliza por Su pueblo, el que lleva la carga de Su pueblo sobre Su corazón y sobre Sus hombros; por eso el cinto de oro es tan importante, porque el cinto era el que mantenía el efod en su lugar, y el pectoral en su lugar, y el manto en su lugar; eso quiere decir que la intercesión, las misericordias del Señor son firmes, debido a ese cinto en el pecho; no se podían caer las hombreras; por lo tanto no se podían caer las piedras de ónice; por lo tanto no se podía caer Su pueblo; Su pueblo estaba sobre Sus hombros; el Señor cargando la responsabilidad de Su pueblo, el Hijo del Hombre, el representante de todos nosotros, que nos representa delante de Dios.


Una de las tareas que tenía que hacer el Sumo Sacerdote en la antigüedad, era mantener el candelero en el tabernáculo y los candeleros en el templo, porque Dios muestra que Su voluntad es la multiplicación de los candeleros. Su pueblo está representado en un candelero en el tabernáculo, en diez candeleros en el templo, mostrando que Dios quiere llenar la tierra de sus iglesias; y una de las responsabilidades del sacerdote era que él tenía que mantener esos candeleros funcionando; el sacerdote era el que tenía que añadir aceite a las lámparas, y también tenía la despabiladera, que era aquella tijerita con la cual tenía que quitar la parte seca del pábilo para que no humeara y enrareciera el ambiente. Ese era el trabajo del sacerdote, y aquí aparece el Señor Jesús en medio de los candeleros; o sea que el Señor Jesús está reuniéndose siempre con Sus iglesias. “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Y ¿qué está haciendo el Señor? añadiendo aceite; o sea, el Espíritu Santo a nuestros espíritus, vivificando nuestros espíritus, quitando lo viejo. Por eso en los capítulos 2 y 3, cuando se nos describen las siete iglesias, ahí vemos al Señor haciendo el doble trabajo: Añadiendo aceite, (tienes esto, no te pondré otra carga) pero también usando la despabiladera (pero tengo contra ti esto); ahí está el Señor cortando lo que es de la carne, lo que es del ego, lo que no es del Espíritu, lo que es meramente natural, y añadiendo aceite, apoyando, reforzando lo que está bien, cortando lo que está mal. Es el Señor Jesús haciendo ese trabajo de Sumo Sacerdote en medio de los candeleros. En el Antiguo Testamento era la figura; hoy es la realidad.


En medio de los candeleros

El Señor está en medio de nosotros haciendo ese doble trabajo: vivificando nuestro espíritu y aplicando la cruz a nuestra alma, a nuestro ego; lo que viene de Adán tiene que ser cortado con la cruz, con la tijerita, con la despabiladera; y lo que es del Espíritu tiene que ser avivado, tiene que ser ferviente, tiene que haber renovación, tiene que haber fluir; eso es lo que el Señor hace. Él está por toda la tierra mirando Sus iglesias; esas lámparas se refieren a nuestros espíritus, dice la Escritura; es un verso que los hermanos conocen, pero para que los nuevos lo tengan de manera más firme, vamos a leerlo en el Libro de los Proverbios, porque este verso es sumamente importante, porque tiene que ver con el oficio sacerdotal del Señor.

Proverbios 20:27, dice así: “Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre, la cual escudriña lo más profundo del corazón”. O sea que el Señor se hizo una lámpara para Él poner Su luz y la lámpara donde la luz de Su Espíritu tiene que alumbrar es nuestro espíritu. El espíritu nuestro es el que tiene que estar vivo, ferviente, sensible, porque a Dios sólo se le puede adorar en espíritu, servir en espíritu, captar, entender en espíritu, comprender en espíritu, percibir en espíritu; es nuestro espíritu Su lámpara; es nuestro espíritu el que percibe el testimonio de Dios. Dice Romanos 8:16 que el Espíritu de Dios da testimonio a nuestro espíritu; es nuestro espíritu; no es necesariamente nuestro entendimiento, que no es lo mismo que el espíritu. Por eso dice 1 Corintios 14:15: “Cantaré con el espíritu, peroy cantaré también con el entendimiento”, para mostrar que el entendimiento y el espíritu no son la misma cosa. El espíritu intuye y recibe de manera directa la impresión de Dios, y el entendimiento lo interpreta; a veces no interpretamos bien ese mover del Espíritu en nuestro espíritu, pero de pronto, cuando no entendemos, hay que orar, pedir en oración poder interpretar. La interpretación es del entendimiento, pero el espíritu es más profundo; toda comunicación de Dios, toda guianza de Dios, toda comunicación de Dios,  toda corrección de Dios, toda dirección de Dios es en el espíritu; todo testimonio de Dios llega a nuestro espíritu; nuestro espíritu es la lámpara de Dios y el candelero es el portador de la luz. En el Antiguo Testamento ustedes ven descrito el candelero en Éxodo, en Levítico, en Zacarías, con siete lámparas, representando la plenitud de la vida en el espíritu, en la iglesia.


Entonces ¿qué es el trabajo del Sumo Sacerdote que nos retiene firme, cerca de su corazón y sobre sus hombros? ¿Qué tenía que hacer el sacerdote? Tenía que mantener encendidos los candeleros delante de Su Padre. El Padre encomendó un trabajo al Hijo y el Hijo está haciendo ese trabajo a la diestra del Padre con su Espíritu en todas las iglesias. El trabajo del Sumo Sacerdote tiene que ver con nuestro espíritu. Cuando estamos muy en la emoción, muy en el alma, muy en lo natural, muy en el intelecto, pero no en el espíritu, el Señor trabaja con el propósito de ponernos en el Espíritu; a veces nos sentimos débiles, a veces nos sentimos secos, porque el Señor quiere llamarnos a depender de Él, para vivificar nuestro espíritu. Todo el trabajo del Señor en nuestra vida como sacerdotes, es siempre ponernos en el Espíritu, porque nosotros con mucha facilidad nos deslizamos del espíritu y entramos en la carne, entramos a la naturalidad, y al Señor le toca hacer todo las que tiene que hacer para colocarnos en el Espíritu, mantener las lámparas encendidas; las lámparas encendidas es el espíritu vivo. A veces estamos en el intelecto solamente; entonces el Señor nos deja secos y por medio de esa sequedad, descubrimos que estamos sólo en el intelecto; no es que esté mal el intelecto, Él lo creó; pero tiene que estar la mente puesta en el Espíritu, ocupada, ungida por el Espíritu. Es a  través de esa sequedad que el Señor nos dice: estás en ti mismo, vuélvete a mí. El que a mí viene, de su interior correrá el Espíritu; entonces el Señor siempre nos dirige a estar en el Espíritu.


A veces nos entusiasmamos en el alma y nos metemos en una cantidad de tareas, pero vemos que el Espíritu no nos acompaña; entonces tenemos que parar en el Señor hasta percibir Su compañía, Su unción, Su aprobación, para caminar en unión con Él. No importa cuál sea nuestra función en el Cuerpo de Cristo, tiene que ser en el Espíritu; eso es lo que está haciendo el Señor. Por eso el Sumo Sacerdote intercede por nosotros, nos lleva sobre Su pecho, asegurados a Su pecho, en Sus hombros, pero haciendo un trabajo en medio de los candeleros, manteniendo esas luces, esas lámparas, o sea nuestros espíritus; no sólo el de cada uno, sino el de todos juntos, encendidos delante de Su Padre, porque ese es Su trabajo; Él se mueve en medio de los candeleros, es decir, haciendo Su trabajo sacerdotal, ayudando a las iglesias a estar en vida, a estar en luz, a estar en el Espíritu. Interesante que lo primero que se nos presenta de la visión del Cristo glorificado, es Su posición como cabeza en medio de la iglesia, el representante de los hombres, el Hijo del Hombre. Allí cuando dice: en medio de los candeleros, a uno semejante al; la palabra puede traducirse: uno como el Hijo del Hombre; se está refiriendo a las visiones del Mesías que aparecen en el Antiguo Testamento, las cuales se refieren al Cristo que vendría o el Mesías, como el Hijo del Hombre, por ejemplo en Daniel. Entonces ese que vio Juan, era como ese que había visto Daniel; Ezequiel también vio uno como Hijo de Hombre, sentado en el trono, en medio de los querubines. Aquí Juan está identificando al Señor Jesús, como aquel Hijo del Hombre prometido en los profetas. Lo primero que aparece es Él, en medio de la iglesia como cabeza, como rey, como sacerdote; por eso se nos presentan los dos aspectos del reino: sus vestiduras, sus faldas que llegaban hasta los pies, y también el cinto de oro por el pecho que representa Su sacerdocio.


El Hijo del Hombre glorificado y como Juez
Ahora llegamos al versículo 14; primero lo describió completo; ahora va a empezar a describirlo de la cabeza a los pies. Primero dijo: el Hijo del Hombre; pero ahora empieza por la cabeza y  baja hasta los pies y dice: “Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve”. Primero describe Su cabeza, y en Su cabeza primero describe Sus cabellos; fíjense en que quien así era antes descrito era el Anciano de días, refiriéndose al Padre. Vamos a Daniel, donde en el capítulo 7 aparece lo siguiente; veámoslo desde el versículo 9 donde aparece la descripción final del reino, después de las bestias que son descritas en los primeros versos. Daniel 7:9: “9Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, (éstos son los del reino del Señor y Su pueblo) y  se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente. 10Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos”. Aquí está mostrando el reino final, y está mostrando al Anciano de días. Primero, el Anciano de días era el Padre. “11Yo entonces miraba a causa del sonido de las grandes palabras que hablaba el cuerno (el anticristo); miraba hasta que mataron a la bestia, y su cuerpo fue destrozado y entregado para ser quemado en el fuego. 12Habían también quitado a las otras bestias su domino, pero les había sido prolongada la vida hasta cierto tiempo.”

Significa que habían dejado de ser reyes que reinaban y solamente las naciones que sobrevivieron pasan al milenio. “13Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo, venía uno como un hijo de hombre”. Éste es el Hijo; cuando ascendió, la nube lo recibió y fue a dar a la diestra del Padre. Aquí aparece cuando Él sube en ascensión a recibir el reino a la diestra el Padre, porque no dice que venía en la nube a la tierra, sino que en la nube llegó a la diestra del Padre, porque la nube lo recibió y lo llevó a la diestra del Padre.


Entonces, vino uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días; aquí vemos que el Anciano de días era el Padre y el Hijo del Hombre es el Hijo. “Y le hicieron acercarse delante de él”.

Pero ahora fíjense en este verso que es el que explica porqué ahora es el Señor Jesús el que tiene la cabeza blanca como la nieve; porque el Padre le dio el juicio al Hijo; ¿se dan cuenta? Dice el Señor Jesús: “El Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio se lo dio al Hijo” (Juan 5:22), por cuanto el Hijo es el Hijo del hombre. El Padre decide que sea el Hijo el que juzgue. Hasta aquí el Anciano es el Padre, pero a partir de este momento cuando el Hijo es glorificado y recibe el reino del Padre, el dominio de parte del Padre, o sea, la representación del Padre, ahora la recibe el Hijo. “14Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido”. Por eso cuando explica esto más adelante el Arcángel Gabriel a Daniel en el mismo capítulo, dice: “26Pero se sentará el Juez, y le quitarán su dominio (a aquel anticristo) para que sea destruido y arruinado hasta el fin, 27y que el reino, y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los dominios le servirán y obedecerán”. Ahora el Juez es el Hijo. Primero dijo cuando estaba en la tierra: Yo, a nadie juzgo, por eso mi juicio es justo; porque Él dependía del juicio del Padre; pero luego juzgaban el Padre y el Hijo. Dice: Vosotros sabéis que el testimonio de dos hombres es verdadero; mi Padre es el que da testimonio y yo doy testimonio; entonces ahí aparece el Hijo con el Padre. Luego el Padre, como dijo el Señor Jesús, a nadie juzga, sino que todo el juicio se lo dio al Hijo. Ahora es el Hijo el que reina en el nombre del Padre; ahora es el Hijo el que se sienta como Juez.


Por eso en Hechos de los Apóstoles, cuando comienza a predicar San Pedro, ustedes pueden ver conmigo que el Juez llega a ser el Hijo. Cuando él está hablando, San Pedro, allá en la casa de Cornelio, Hechos 10:42, dice: “Y nos mandó que predicásemos al pueblo, y testificásemos que él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos”. Ahora el que Dios puso por Juez, es el Hijo; primero es el Padre, pero ahora el Padre juzga a través del Hijo. El Padre le dio el juicio al Hijo, Dios puso al Hijo como Juez de vivos y muertos, y por eso es que como Juez aparece con Su cabeza como lana blanca. Los jueces para juzgar se ponen lana blanca; ustedes han visto, por ejemplo, cómo los jueces entran con su peluca de lana blanca, con su túnica, para ejercer el oficio de jueces; eso es lo que representa esa peluca blanca, que es, como decir, que está juzgando en el nombre de Dios; tiene que representar el nombre de Dios. Por eso es que Dios les dijo: “Vosotros sois dioses” (Salmo 82:6); ¿a quién se lo dijo? A los jueces; porque debían representar el nombre de Dios; ahora el que recibe el encargo de juzgar, de presidir el juicio en nombre de Dios, es el Hijo; ahora en Apocalipsis aparece el Hijo con la cabeza blanca como la lana. ¿Se dan cuenta? Y resplandeciente como la nieve; es decir, mostrando no sólo, como se dice, Su antigüedad, sino Su eternidad; porque decir: el Anciano de días, se refiere al Eterno; pero como del Padre se dice ser el Alfa y la Omega, del Hijo se dice ser el Alfa y la Omega también.


Por eso aparece aquí el Hijo en Apocalipsis 1:14: “Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego”. Primero describe un aspecto del Cristo glorificado; Su aspecto como rey, Su aspecto como cabeza de la iglesia, Su aspecto como sacerdote, y ahora en el verso 14, su aspecto como Juez; Él es el Hijo del Hombre, es la cabeza del cuerpo, Él es el rey, Él es el sacerdote y Él es también el Juez; es decir, todas esas funciones se encuentran resumidas en el Señor Jesús; por eso aparecen también Sus ojos: “sus ojos como llama de fuego”; es decir, Él escudriña lo más profundo, Él purifica, Él discierne, Él infunde, como decía el hermano Witness Lee; infunde con Su mirada; Él nos comunica lo que es Él y nos transforma; Sus ojos como llama de fuego, aparecen en el contexto de Él como Juez; Su cabello como blanca lana, como nieve, y Sus ojos como llama de fuego; o sea que nadie puede esconderse del Señor.


El juicio de Dios contra el pecado

Ahora viene el verso 15: “Y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno”. Vamos primero a detenernos en esa parte; está describiendo de la cabeza a los pies; ahora llega a los pies. La palabra que se traduce allí: “bronce bruñido”, es una palabra que sólo aparece usada por el apóstol Juan en el Apocalipsis; en ningún otro libro de la Biblia; y hasta ahora no se ha encontrado ningún otro libro griego de la época en que aparezca esta palabra. La palabra es “calcolíbano”, que allí se traduce en dos palabras: “bronce bruñido”; la palabra en el griego, está en un griego mezclado con hebreo, porque la palabra “calcos” en griego, es la palabra que quiere decir “bronce”; pero la palabra “bruñido”, o sea la palabra “líbano”, de calcolíbano, esa palabra “líbano”, que viene de Labán, quiere decir: “bruñido”, pero en el hebreo. Como Juan era judío, era israelita, pero estaba en Efeso, él puso una palabra mixta, una palabra griega y hebrea: “calcolíbano”, que se traduce “bronce bruñido”; claro que en Efeso, en la ciudad de Éfeso había lugares donde se trabajaba con metales, y varios de los propietarios de esos trabajos en metales eran judíos; por lo tanto era muy normal que se hubiera creado esa palabra “calcolíbano”, mezclada de griego y hebreo, que es la que dice aquí: “bronce bruñido”, “calcolíbano”.


Pero quiero llamarles la atención a algo más. Dice también: “refulgente”; aquí, como les dije ahora en el comentario textual inicial, esta palabra “refulgente” en griego es singular femenino; o sea que no se refiere al bronce bruñido, ni a los pies en plural, sino a la caminada; y el contexto aparece donde dice lo siguiente: “refulgente como en un horno”. ¿Saben cómo se dice horno en el griego? Y esto me llama mucho la atención; horno se dice en griego: “camino”; o sea que camino, es el horno; el camino estrecho que vivió el Señor Jesús es el horno; allí fue cuando Sus pies fueron bruñidos; por eso aparece Su caminada, refulgente como en un horno; es decir, que eso representa un tratamiento del Señor. Dice la Escritura del Señor Jesús en Hebreos 5:8 que “por lo que padeció aprendió la obediencia”; o sea, ahí está cuando el calcos está siendo bruñido; es decir, cuando el Señor está caminando Su camino estrecho; cuando el Señor está juzgando, porque eso es lo que representa el metal bronce en la Biblia; el juicio de Dios contra el pecado, contra el ego, contra el mal, contra el mundo; por eso en el Lugar Santísimo se usaba el oro, pero en el Lugar Santo y en las basas aparecía la plata; pero las columnas del atrio, que separaban lo de afuera de lo de adentro, eran columnas de bronce; el altar donde se sacrificaba el cordero era también un altar de bronce; el bronce es el metal que representa el juicio de Dios.

 Y el Señor, teniendo los pies como de bronce bruñido, quiere decir que Él fue el que llevó el juicio por el pecado, Él juzgó al pecado en su propia carne, venció al pecado en la carne, juzgó al pecado en la cruz; o sea, Él pasó por el camino estrecho, por el horno; la vida de probación del Señor, de negarse a sí mismo hasta la muerte, de humillarse hasta lo sumo, quiere decir que Él pasó por el horno para poder ser el bronce bruñido; llegó a ser refulgente como en un horno. ¡Ay hermanos! Cuando vi que la palabra “horno” se decía “camino”, dije: Señor, tú me estás enseñando algo. El verdadero camino es el estrecho, negar el ego, negar el yo, humillarnos a nosotros mismos.


La facultad de juzgar
“15Y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno”. Aquí vemos la base por la cual Él fue hecho Juez: porque Él se juzgó a si mismo. Él dice: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre” (Juan 5:19); o sea que el Señor se negó a vivir una vida independiente del Padre y se humilló hasta la muerte, y por eso el Padre lo puso como Señor y lo hizo Juez de todas las cosas; o sea, Su caminata es la base de Su señorío. Hasta que nuestra caminata sea la base de nuestro lugar en el reino, hasta donde nos hayamos juzgado a nosotros mismos, podemos cooperar con el Señor para juzgar al mundo; en aquello en que no nos negamos a nosotros mismos, no podemos tampoco juzgar al mundo. Si nosotros toleramos algo del mundo en nosotros mismos, entonces lo vamos a predicar así, lo vamos a tolerar así, no lo vamos a juzgar, sino que como no nos juzgamos a nosotros mismos, no juzgaremos al mundo; o sea, no estaremos facultados para reinar con Él en Su trono; porque dice Apocalipsis 20 que en esos tronos se sentarán los que recibieron facultad de juzgar. La facultad de juzgar consiste en haber podido llamarle a lo negro,  negro, a lo blanco, blanco, a cada cosa por su nombre, y poniéndole los puntos a las íes; en nosotros mismos, para poder entonces cooperar con el Señor en Su juicio; por eso esos dos versos aparecen seguidos: “14Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; 15y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno”.

Ahora sí aparece la voz. Es curioso que la voz no aparece antes; él venía hablando de la cabeza, los ojos, y pasó a los pies; y recién viene la voz; quiere decir que si nosotros no vivimos, lo que hablamos no tiene valor; primero tenemos que andar, vivir, para que entonces tenga lugar la seriedad de nuestras palabras; la voz viene después de haber pasado por el horno. Entonces ahora se dice aquí: “y su voz como estruendo de muchas aguas”. Eso quiere decir que el Señor también hace oír Su voz en medio de las naciones, porque también a las muchas aguas, a las naciones, es el testimonio del Señor; no que las naciones testifiquen del Señor, sino que el Señor conquistará las naciones; digamos que nuestras voces deben decir lo que hizo el Señor; por lo tanto Su voz, llega a ser una voz poderosa como de muchas aguas; una voz fuerte.


La espada aguda de dos filos
Llegamos al versículo 16. Este verso es muy profundo; este verso es muy rico y no creo que alcancemos a terminar hoy; pero por lo menos vamos a ver algo esencial. Ahora llega la mano diestra. “Tenía en su diestra siete estrellas”. Después habla de la boca; una cosa es la voz y otra cosa es la boca: “Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza”. Vamos primero a tratar lo más sencillo, por causa del tiempo, y dejamos lo más profundo para el próximo viernes: “De su boca salía una espada aguda de dos filos”.

Ustedes saben que eso se refiere a la palabra de Dios; vamos a ver dos versos, especialmente por los hermanos más nuevos, en Efesios 6 y en Hebreos 4. Efesios 6:17: “Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios”. La espada del Espíritu es la palabra de Dios; y Hebreos 4:12, dice: “12Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. 13Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta”. Vemos en el contexto que aparece la palabra del Señor viva y eficaz, como espada de dos filos, refiriéndose a la palabra de Dios; o sea que aquí, cuando dice en Apocalipsis 1:16: “De su boca salía una espada aguda de dos filos”, se refiere a la palabra de Dios. Veamos eso también en 2 Tesalonicenses 2:8, cuando habla del anticristo: “Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, (y la espada del Espíritu es la palabra) y destruirá con el resplandor de su venida”. Por eso en Apocalipsis 19:11, dice: “11Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. 12Sus ojos eran como llamas de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo. 15De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso”. Recalcamos: “De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones”. Todos estos versos nos muestran claramente que esa espada que sale de Su boca, es Su palabra viva y eficaz que penetra hasta lo más profundo de nuestro ser, separando lo que es del espíritu, de lo que es del alma, lo que es del ego, etc., lo que es de arriba, de lo que es de abajo, lo precioso de  lo vil, lo santo de lo profano. Así se presenta Él a la iglesia en Pérgamo, que era precisamente la iglesia de la mezcla; por eso cuando se presenta a la iglesia en Pérgamo, dice en el 2:12: “Y escribe al ángel de la iglesia en Pérgamo: El que tiene la espada aguda de dos filos dice esto”. Aquí el Señor discierne lo que es de lo alto de lo que es bajo, lo que es del mundo y lo que es del Espíritu. Entonces esa palabra es muy importante: “De su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza”.


Analicemos. “Y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza”. Significa que la gloria de Dios se refleja en el rostro del Señor Jesús; no sólo del Señor Jesús se dice que brilla como el sol; a veces en los profetas, cuando se estaba describiendo a un ángel creado, se dice que su rostro brillaba como el sol; también cuando se describe la gloria de los redimidos en Daniel capítulo 12, donde se dice que los que enseñaban la justicia a la multitud, resplandecerán como astros en el firmamento. Si eso se dice de los redimidos y se dice de los ángeles, cuanto más se tiene que decir del Señor Jesús; o sea que el rostro del Señor brillaba como el sol; es decir, más que el sol, porque el sol aún brillara siete veces más para los que están afuera de la Nueva Jerusalén; pero la Nueva Jerusalén no tiene necesidad de luz del sol, porque el Cordero, que es su lumbrera, la ilumina con la gloria de Dios. Aquí se refiere a la gloria de Dios manifiesta en el rostro del Señor Jesús. “Y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza”. Estamos, hermanos, ya faltando 5 minutos para las 8 y media, y yo sé que esto de las siete estrellas me va a requerir más tiempo, entonces yo les digo que paremos por ahora aquí. Démosle gracias al Señor por lo que pudimos ver hoy. ☐

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